A mi los números impares no me funcionan, aunque, tampoco los pares.
Mi número de suerte es el ocho, nací el segundo mes del año, día impar, de un año impar pero bisiesto.
Una de las mayores hecatombes en mi vida, sucedió un año par. Dos mil diez para ser exactos.
Ese año, en el onceavo mes, caí en un coma profundo. Un coma que me duró tres años. Un coma figurado, pero no por eso, menos grave.
El rompimiento con una persona a la creí el amor de mi vida, fue tan doloroso que a partir de ese momento no supe más de mi.
Perdí la consciencia, la razón, las ganas de vivir y cada uno de mis sentidos.
Era como un zombie. Me arrastraba, lloraba todo el tiempo, me escondía de mis amigos y conocidos, me revolcaba en el dolor y parecía, que quería morirme. Pero no.
En un momento quise, pero luego se me pasó.
En resumen, era un zombie que además, huía de cualquier contacto personal. Sentí vergüenza por haber fracasado en un proyecto al que nadie le veía pies ni cabeza, sentía que me juzgaban, que era señalada por haber luchado contra el mundo por algo que simplemente, ya no tenía.
Y así pasé tres años.
Después, un día en el dos mil trece, desperté.
Me di cuenta de todo lo que me estaba perdiendo, de todo lo que había cambiado mientras yo me escondía, de lo diferente que lucía el mundo desde aquella noche.
y Sentí mucho coraje. Quien iba a devolverme el tiempo que yo no había estado en mi vida?
Quien iba a ayudarme a recuperar todo ese montón de días que no había sonreído? Quien iba a cambiar ese horrible reflejo en mi espejo?
Por que lo primero que hice al abrir los ojos, fue mirarme al espejo.
Me conozco bien, y esa, no era yo.
Mis ojos estaban apagados, mis labios resecos, mis manos maltratadas y cubiertas de cicatrices, no había un rastro de alegría en mi semblante y yo, no estaba.
Lo primero fue sentirme triste, vacía y al último, perdida.
No sabía quien era yo, si aún me esperaba un lugar en el mundo, si aún alguno de mis amigos, era mi amigo, si yo seguía siendo yo o ya era alguien más.
Y lloré.
Después de llorar, sequé mis lágrimas, y decidí ¿comenzar?
Algo así.
Como primer paso, me inscribí en un curso de una materia desconocida, me reté, me probé y superé.
Encontré que en lo desconocido, se puede encontrar una parte de lo que eres, conocí gente y lo más importante, sonreí.
Me di cuenta que por fin había dado el primer paso y el segundo, me aguardaba.
Superé mi vergüenza por el fracaso y acepté que el amor no siempre es un buen negocio, que los proyectos a veces no funcionan pero que de todo se aprende.
Mis amigos, los verdaderos, me tendieron la mano una vez más y como extra, me hicieron parte de su familia y me sentí amada. Me di cuenta que tampoco estaba sola.
Busqué ayuda.
Por una vez, acepté que no puedo hacerlo todo yo sola y que de vez en cuando está bien que alguien te diga cómo hacerlo.
Por fin dejé de pensar: ¿qué habría pasado si...?
Ciclos se cerraron y otros se abrieron.
La/lo que soy, se empezó a revelar a cada paso.
Encontré nuevas pasiones y reafirmé las viejas.
Sé quien soy y quien ya no.
Tomé un camino a no sé dónde, pero me ha hecho muy feliz.
Eso fue el dos mil trece, el año impar. Despertar, tomar fuerza y echarme a andar. Recordar que soy fuerte y que mi sonrisa es hermosa, que soy valiente, que amo profundamente y que nunca, jamás, dejaré de ser yo.
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