He pensado mucho últimamente en el día que lo conocí.
Lo vi parado ahí, con la cara llena de susto, con sus ojos tan abiertos, con su piel tan morena, tal alto, tan sorprendido y a la vez tan indefenso, tan asustado.
Estaba parado ahí, en mi puerta, mirándome como un gato asustado.
Definitivamente no era la manera como yo había esperado reencontrar el amor.
Y ahí me quedé, mirándolo, esperando a que me hablara, y en realidad, no quería escucharlo.
Qué podía decirme si mi corazón estaba gritándome que era Él.
¿Y quien chingados era él?
Me dijo su nombre y yo sentía que lo conocía de toda la vida.
Quizá en otra vida.
Él es el hombre que desde hace casi dos años estoy amando como jamás amé.
No es para mi y lo sé.
Sé que nuestros caminos jamás podrán juntarse, que jamás irán juntos, que nunca pertenecerán y sin embargo, ha puesto en mi cabeza la idea que jamás concebí.
Quiero un hijo suyo.
Un hijo de los dos.
Un hijo con sus ojos, o quizá una hija con sus sonrisa, un niño con su oscuro sentido del humor, una niña con la ternura de sus manos, un pequeño que me abrace con la fuerza de su corazón, una princesa que me cuide el alma como lo hace él...
Dice que le enseñaron a no mostrar lo que siente y sin embargo, cada día, a cada minuto, me demuestra ese amor con el que me conformo: un pastel de 7 chocolates, un paseo en su coche nuevo, dos horas de su tiempo ordenando mi desastre, un abrazo cuando siento que no puedo más, sus manos en mi piel cuando me reprende, sus ojos tiernos cuando me dice "ponte chingona".
Y me hace reir.
Y como no iba a elegirlo si trata con amor todo lo que amo?
un abrazo a mi madre, una charla con mi padre, una broma para mis hermanas, un par de juegos con mi pequeño, y su frágil confianza para mi.
No podría elegir a nadie más para el padre de ese hijo que sueño.
Es su semilla, me digo.
Esa semilla que quiero para mi.
Y tal vez, solo tal vez, me atreva a preguntar, a pedir, a hacer que suceda...
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