Por ella dejó sus libros, sus cartas zodiacales, sus instrumentos astronómicos. Los discípulos de aquel buscador de la verdad se entristecieron primero y se burlaron después, al verlo embebecido como un adolescente ante los dengues y carantoñas de la pizpireta.
Loco por el amor que le fingía la coqueta, el maestro le dio casa y ajuar. Vendió su amada biblioteca para tener con qué satisfacerle sus caprichos. Cambió un precioso astrolabio por una ajorca de oro falso que a ella le gustó. Meses después cuando lo vio arruinado, la muchacha lo dejó para irse con un joven.
Los amigos del filósofo fueron a verlo, condolidos.
-ya ves? Te decíamos que esa mujer nunca te amó.
-siempre lo supe- contestó Jhon sonriendo con el recuerdo de su dicha-. Pero yo si la amé, y eso nos salva a los dos.
periodico el metro, df.
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