Aquí ando...

Mi viaje terminó.

Estoy de nuevo aquí y tengo la espalda envuelta en vendas ensangrentadas por que me he dejado cortar las alas.

No sé si las perdí antes o después de irme.

No logro recordar si partí sin ellas o solo sin ellas volví.

No importa, de cualquier modo, iba a perderlas.

Me da igual, pues sé, que volverán a crecer y me las cortaré a la menor de las provocaciones.

Cerré círculos y abrí otros.

Aunque no sé si eso tenga algún sentido, pues, los círculos no tienen principio ni fin.

Como sea.

Regresé no sin antes aprender que bailar acompasados, con el mismo ritmo, sin música, es hacer el amor.

No sin decirle, que volveré.

No sin escuchar de sus labios, que no debo olvidar que nuestro encuentro es una pausa, más no un para siempre.

Viví un momento.

Olvidé, como ya lo había dicho, quien soy y me reinventé.

Volví también, con una propuesta para cambiar mi vida, no la suya.

Tomé el camino largo y me dediqué a pensar.

A tratar de ubicarme en mi presente y a olvidar mis manos en su espalda, las suyas en mis muslos, su risa en mis oídos y su pelo entre mis dedos.

Entré a mi casa (por que mi hogar está en sus brazos) con una extraña sensación de ausencia (la suya), con el sabor de un adiós apenas dicho, con el olor de su sudor sobre mi piel, con el eco de su respiración sobre mi rostro, con la promesa de un tal vez…

Y ahora me toca liberar a mis demonios, asirme a ellos de nuevo y aprender a dominarlos.

Regreso justo a donde me quedé.

A encontrarme con mis renuncias, con mis decisiones tomadas y con mis futuras despedidas.

Regreso a continuar el camino.

Mientras renacen mis alas, sigo a pie por la vereda sobre la que un día volaré.

Está escrito.

Por ahora, estoy aquí, con el sol sobre mis ojos y la libertad en el alma.

Estoy, sintiendo que mi vida toma dirección…